martes, 30 de octubre de 2012

y acaban en Port Aventura

lunes 29 de octubre de 2012

Nota preliminar:
Esta es la segunda redacción de mi crónica. Cuando estaba terminando la primera un error fatal me hizo borrarla y he tenido que volver a empezar.
Nota bis: Cuando ya había repetido el texto compruebo con desesperación que había guardado, sin darme cuenta, un borrador por lo que me podía haber ahorrado la segunda redacción. 

Hacía tiempo que Clara y yo queríamos visitar Port Aventura. Ella ya lo conocía pero yo no. Mi experiencia en parques de atracciones se reducía, además del de El Tibidabo y el ya desaparecido de Montjuïc, a los clásicos Disneyland (maravilloso) y Universal de Los Ángeles. Me encantan -bueno, me encantaban- las montañas rusas y siempre que divisaba el mítico Dragon Khan desde la autopista me prometía que algún día me subiría a él. Olvidaba señalar una frustrante visita a Terra Mítica -pues llovió y no pudimos utilizar ninguna de las atracciones-, cerrada especialmente para los directivos de Hachette en un seminario celebrado -sí, en el hotel Bali, el más alto de Europa- en Benidorm algunos años atrás.
La salida, prevista en un principio a las nueve de la mañana, se retrasó debido a un drama doméstico -del que ahorro detalles- ocasionado por el corte de gas que sufrió Clara la semana anterior por una equivocación del Banco de Santander que la dejó sin poder freír un huevo y teniendo que venir a ducharse a casa. Una serie de interrumpidas llamadas telefónicas solventaron -al parecer, la solución mañana- el problema y llegamos a Port Aventura más tarde de lo deseado. En la entrada unos jovencitos con aire macarra nos querían vender bonos de descuento (que ya teníamos) conseguidos a golpe de birra.
Un error mío -creí leer que había un minuto de cola cuando se trataba en realidad de una hora)- nos llevó a probar el Furius Baco en la zona Mediterrània. Una atracción salvaje. Sales como en una estampida, caes en vertical, das varias vueltas de campana y cuando sientes que tu cabeza va a estallar acabas como un disparo. Nunca había experimentado algo tan horroroso.
Con las piernas aún temblequeantes nos dirigimos al territorio del Far West y, tras subirnos a los Crazy Barrels -unos barriletes que giran sobre sí mismos y alrededor de un eje con efectos simplemente mareantes-  , visitamos Horror en Penitence, una casa del terror bastante previsible salvo el susto inicial. 
Pensamos que nos convenía algo de acción antes de comer y nos pusimos a la cola -treinta minutos- del Dragon Khan, montaña rusa con varios loops y un largo trayecto que te hace ansiar el final más que disfrutar. Me prometí que pasaría del Shambhala.
Pese a las colas, el parque aparecía un tanto deslucido con muchos bares y restaurantes cerrados y una peña escasamente sofisticada en la que predominaban los franceses tatuados y con pendientes de (falsos) brillantes y las adolescentes en shorts luciendo mantecosos muslos. 
Acabamos comiendo en La Cantina mexicana -burritos, nachos, estofado, nada parecido a Astrid & Gastón-, deprimente y oscura, sin el espectáculo charro habitual. 
Clara decidió hacer la digestión subiendo al Hurakán Cóndor -una especie de columna altísima por la que suben unas cabinas que luego caen a plomo- pero yo, que cuido mi espalda y ya había experimentado una atracción parecida en Montjuïc, decidí pasar de ella. A Clara le encantó aunque hoy siguen doliéndole las cervicales.
También se subió sola a Shambhala, la montaña rusa más alta de Europa, que juzgó menos mareante que el Dragon Khan aunque en el vídeo su cara aparecía despavorida. Hay que aclarar que cuando subes a las atracciones estrella te hacen fotos y filman en DVD para luego venderte las grabaciones. No caímos en esa tentación. 
Para acabar y con el espíritu (tan catalán) de no desaprovechar el dinero pagado, nos montamos en dos montañas rusas más -el Stampida en el Far West y El Diablo en México- que compensaban su menor altura con el infernal traqueteo al estar construidas sobre rieles de madera.
Cuando ya nos íbamos, Clara, con inocente súplica, me convenció para subir al Kon-Tiki Wave recordando el barco pirata del Tibidabo en el que nos subíamos con Hugo y ella cuando eran pequeños. Grave error. El suave balanceo, a uno y otro lado, mientras una especie de monitora animaba a la chiquillería a subir los brazos y gritar a coro, más el poso que habían dejado en mi estómago las previas montañas rusas me provocaron unas arcadas más y más fuertes que acabaron en un vómito que medio me tragué, medio aguanté en la boca cerrada con ímprobo esfuerzo. A los gritos de "¡Mi padre se marea, va a vomitar!" proferidos por Clara, el tiempo de la atracción parece que se abrevió. Mi educación me impidió arrojar la papilla sobre la niña que tenía enfrente y que me miraba con ojos asustados y vomité lo que pude en el río polinesio. 
Como hacía frío cometí un último error: tomarme un café con leche y una palmera que me acabaron de revolver el estómago. A la salida, Clara -que se empeñó, a Dios gracias, en conducir- tuvo que parar para que devolviera por segunda vez. No contento con ello, tuve que pedirle que se detuviera en la siguiente área de descanso para ir corriendo al lavabo a arrojar lo que me quedaba. Pero ya no quedaba nada y mientras introducía en vano mis dedos casi en el estómago para provocarme el vómito, me pareció oír en el servicio de señoras que alguien devolvía con sonoros borbotones. Era Clara que, aunque no me lo confesó para no preocuparme, estaba tan mareada como yo.
La vuelta fue un auténtico Via Crucis, con parada en cada gasolinera, para intentar -siempre sin conseguirlo- devolver la comida. O no quedaba o estaba ya digerida. La impresión era la de la más espantosa resaca (y llevo desde junio sin probar el alcohol). Al llegar a casa, una manzanilla me calmó un poco el estómago.
Por todo ello y, como una Escarlata O'Hara cualquiera:

¡A DIOS PONGO POR TESTIGO DE QUE NUNCA VOLVERÉ A PONT AVENTURA!

Clara posando ante el Dragón Khan.

sábado, 13 de octubre de 2012

El padre vuelve y la hija se queda

sábado 13 de octubre

No, nos ha pasado nada. Ayer no escribí porque Clara se ha quedado con el ordenador y yo me volví de Cuzco mientras ella se quedaba allí para irse al día siguiente a Puerto Maldonado. Me imagino que sus amigos del Facebook ya la habréis seguido hasta la selva.
Explicaré brevemente nuestro último día en Cuzco.
Decidimos aprovecharlo. Lo primero, visitar el sitio de Qorikancha situado en la misma ciudad. Se trata del antiguo Templo del Sol inca sobre el que los dominicos construyeron el convento de Santo Domingo. El museo es super cutre, con vitrinas polvorientas de réplicas preincas. Un auténtico horror. 
El convento de Santo Domingo, en cambio, es sensacional. Con restos del antiguo templo, una sacristía preciosa, pinacoteca, claustro, etc.
Tomamos un taxi hacia las ruinas de Saqsaywaman (Halcón Saciado). El muy tuno del taxista no deja en la entrada inferior -nosotros ignorábamos que hubiera una más arriba- por lo que tuvimos que deslomarnos hasta llegar a la cumbre. En la puerta, un nativo muy ladino nos pregunta si queremos hacer la excursión a caballo. Duraba dos horas y no nos daba tiempo. Entonces ofrece la versión abreviada prometiéndonos que un taxi nos esperará para llevarnos al centro. Como Clara estaba muy ilusionada aceptamos. Vamos por la Zona X , el Templo de la Luna y Q'Enqo. Se va haciendo tarde y vemos que no vamos a estar de vuelta a la hora prevista. Finalmente el chico de los caballos abandona a una pareja que iba con su niño de cuatro años (a caballo él solito aunque guiado por el muchacho) y, mientras empieza a caer la lluvia, nos acompaña al taxi. No sé qué debió pensar la pareja en cuestión.
El taxi -que nos quiere cobrar mucho más de lo previsto aunque no se lo pagamos, nos deja en la plaza Regocijo, donde se encuentra el Chicha de Gastón Aturio (creo que TVE ha emitido hace un par de días un documental de este cocinero con Ferran Adrià). Unos raviolis (Clara) y unos anticuchos (corazones de ternera) con papas y choclo (maíz) regados con chica morada (bebida fermentada de maiz) para mí y sorbetes, ella, y queso helado, yo.
El taxi que nos llevó a la estación de Poroy para el Machu Picchu había quedado en recogernos a las tres en el hotel para llevarme al aeropuerto. Allí estábamos a esa hora pero él no. Se ve que había tenido otro servicio que se demoró. Llamamos a otro que dice va a venir a diez minutos. Dejamos pasar a varios que pasan por delante del hotel y, pasado un cuarto de hora, no pasan ningún taxi más ni viene el que había prometido que lo haría. Histéricos ya y dispuestos a bajar con las maletas a la plaza de Armas a pillar lo que sea, llega por fin el taxi que me deja sin más contratiempo en el aeropuerto.
Me ha dado pena dejar a Clara. A ver qué tal le va en la selva.
Con la separación de padre e hija, el blog se acaba.

¡ESTO ES TODO AMIGOS!

Nota final

El padre, camello

Debo tener cara de traficante de cocaína porque al salir de Lima me ha parado la policía y revisado el equipaje -que ya estaba facturado- a fondo. Y cuando digo a fondo es a fondo. Zapatos, ropa sucia, neceser, todos los regalos abiertos. Un fastidio.
Pero no termina aquí: a mi llegada a Barcelona la Guardia Civil me para y me vuelve a revisar todo el equipaje aunque no tan a fondo como en Perú. 
Jorge, el camello (lástima no tener fotos del cacheo).



miércoles, 10 de octubre de 2012

Mucha energía

miércoles 10 de octubre

Por fin se le ha pasado a Clara el mal de altura. Está llena de energías y soy yo ahora el que resuella en las cuestas pero me temo que no por culpa del soroche sino de los años.
Teníamos planeada una excursión de medio día a los bancales de Moray y las salinas. Tras comprar una tarjeta de memoria para la cámara de Clara pues la que tenía se le desformateó ayer noche –con lo que quizás haya perdido todas las fotos del Machu Picchu- nos fuimos a la agencia donde habíamos comprado el tour. Muy amablemente nos sacaron sendas sillas a la calle para que esperásemos con comodidad nuestro autocar. Las pobres chicas que organizaban las salidas iban un poco de cabeza. Nos llevaron a un minibús, nos hicieron subir a él, después bajar y volver a subir a un segundo. El chófer de este se negó a salir pues al parecer no le habían pagado. Finalmente llegó el guía, que arregló el asunto.
Hicimos una parada técnica –oficialmente para usar los SS. HH. (Servicios Higiénicos) pero en realidad para visitar un centro de artesanía- donde unas campesinas nos hicieron una exhibición de lavado y tintado manual de lana mientras nos servían mate de coca. Lo curioso es que todas las prendas que se vendían allí estaban hechas a máquina.
Los bancales de Moray están tallados en círculos concéntricos y cada capa posee su propio microclima. Dicen que los incas los utilizaban como una especie de laboratorio a fin de determinar las condiciones óptimas de cultivo de cada especie vegetal. El mayor y más espectacular de ellos ha sido reconstruido en un sesenta por ciento; los otros dos se conservan como fueron encontrados y su encanto es por ello mayor.
Más tarde nos trasladamos a unas salinas cercanas. Una fuente de agua termal en lo alto del valle se convierte en un riachuelo de agua muy salada que es desviada hacia las salinas para llenar pequeñas parcelas de unos cinco metros cuadrados de superficie y diez centímetros de profundidad de donde se saca la sal una vez evaporada el agua.
En el camino de vuelta a Cuzco, los cerros aparecían cubiertos por una gruesa capa de granizo. Por fortuna en la ciudad –donde estos bruscos cambios de tiempo suelen ser habituales- tan solo lloviznaba ligeramente.
Eran las cuatro de la tarde, no la mejor hora para que nos dieran de comer. Decidimos pues ir a una cafetería que se calificaba en la guía como la más moderna de Cuzco, Muse, pero había cambiado de localización. Nos indicaron dónde y allí nos dirigimos. Es el clásico local puesto  con cuatro duros pero con mucha gracia, con sus sofás de cuero, mesas bajas, rincón wifi y pequeño escenario para actuaciones en vivo (esta noche salsa cubana) y frecuentado por el turisteo bohemio. Sirven desayunos y cócteles, ensaladas y platos de pasta, cocina andina y deliciosos postres caseros. Clara se zampó un ají de gallina y yo una lasaña de verduras. Para terminar, un pastel de limón cubierto de merengue. ¡Qué maravilla! Regenta el restaurante una inglesa como de cincuenta años, rubia y estilosa, que ya ha abierto otro espacio similar en San Blas.
Una vuelta por la plaza de las Nazarenas, donde se encuentra el lujosísimo hotel Monasterio (de la compañía Orient Express) y un grupito de caras boutiques, para bajar a continuación  por la avenida del Sol, la principal de la ciudad donde se encuentra el Palacio de Justicia, la facultad de Derecho y Correos, hasta el enorme Centro Artesanal en el que nos entregamos al arte del regateo. Ahora descansamos en el hotel antes de cenar en el Cicciolina que, pese a su nombre picante, pasa por ser uno de los mejores restaurantes de Cuzco.  
Acabamos de volver de cenar. El restaurante es muy bonito, paredes pintadas de rojo oscuro, espejos, grandes óleos, cómodos canapés. La comida -de fusión-, exquisita: hemos compartido una conchitas de mariscos y Clara se ha tomado unas tagliatelle cuatro pimientas con pollo y no sé cuántas cosas más; yo, un arroz caldoso mar y montaña con mariscos y cuy. De postre, cacillo de mousse de chocolate con galletas. El café, impecable; el servicio, ejemplar. Lo más curioso de todo es que el nombre del restaurante se refiere a la célebre actriz porno (y ex diputada), cuya foto preside la barra del bar. Ante nuestra sorpresa por lo poco que pega que una señora de sus características se asocie a un establecimiento tan distinguido, la (guapa) camarera nos contesta que todo es una cuestión de marketing (?). 
Clara tomando energía en los bancales de Moray.

martes, 9 de octubre de 2012

Lujo en el Machu Picchu

martes 9 de octubre de 2012

Finalmente fuimos a cenar a un restaurante recomendado por la Lonely Planet y nos encontramos con que había sido sustituido por el Starbucks en el que habíamos estado por  la mañana. Otro de los recomendados, que creímos andino, era indio pero de la India. Acabamos tomando sendas pizzas de anchoas y alcaparras (bastante buenas, por cierto) en una vulgar trattoria. Lo malo fue que Clara estaba cansadísima y seguía encontrándose fatal debido al mal de altura.
Olvidé describir ayer nuestra visita al mercado de San Pedro. Un espectáculo inolvidable. Se venden en él toda clase de artículos, desde los típicos de mercadillo hasta semillas, carnes, panes, zumos de frutas y verduras. Lo más curioso, los puestos en que se sirven comidas –sopas, pescados, carnes, legumbres- en largas mesas, tan baratas que, según dicen, a la gente modesta les resulta más a cuenta comer en el mercado que cocinar en casa.  
Ahora escribo, al anochecer, frente a una mesa con manteles de hilo, lamparita íntima y jarroncito con flores en el Hiram Bingham (nombrado así por el explorador norteamericano que descubrió el Machu Picchu en 1911), considerado este año por los lectores de Conde & Nast como el mejor tren del mundo. Pertenece a la compañía Orient Express, este nombre lo dice todo.
Una experiencia de verdadero lujo. La salida de la estación de Poroy, a media hora de                            Cuzco, ha sido decente: las 9 de la mañana, varias horas más tarde que los trenes normales que cubren el mismo trayecto. Mientras haces el check in un grupo de danzas populares baila ante ti y unos perfectos camareros te ofrecen copas de champán. Te acomodas entonces en los sofás del bar o en el vagón panorámico teniendo como música de fondo la actuación de un trío local. A continuación  se sirve un brunch en el salón restaurante compuesto por trucha ahumada, un canalón vegetal de cordero y una mousse de chocolate con pedacitos de piña y salsa de fresas.
Los viajeros son variopintos. Matrimonios jóvenes y mayores, familias con hijos, alemanes, americanos y hasta catalanes. Los más pintorescos, una pija cuarentona más operada que Nacha Guevara –ajustadísimos pantalones de montar a caballo, bolso  Vuitton y unas botas con tacones de 15 centímetros que, afortunadamente, cambia por otras planas al abandonar el tren- que viaja en compañía de su hijo pequeño y de una pareja más madura que podrían ser sus padres y que suponemos casada con un turbio hombre de negocios al que debe tener amarrado a golpe de lencería sexy, y un par de jovencitas brasileñas muy jamonas (en la línea de Scarlett Johanson pero en talla XL), muy, muy blancas, rubias, de protuberantes labios pintados de rosa fosforito, con shorts extra minis y camisetas cortas y escotadas que ofrecen la mejor presa en sus muslos, vientres y regordetes brazos a los mosquitos que abundan en las ruinas. Estas lolitas crecidas, que hacen las delicias de nuestro guía local, adoptan al ser fotografiadas poses sexys con amplia sonrisa, ojos picaruelos y brazos y piernas flexionados como si estuviesen posando para el calendario Pirelli.
El tren se desliza entre imponentes montañas y valles encantadores en un trayecto digno de ser inmortalizado por el Cinerama. Al llegar a Aguas Calientes unos autocares nos trasladan por una estrecha carretera sin asfaltar, por donde bajan otros tantos autocares de vuelta, hasta la entrada del recinto inca. La subida hasta el Machu Picchu es agotadora pero el espectáculo que nos espera vale el esfuerzo. Allí está la ciudad mítica, con un aspecto quizá menos salvaje de lo imaginado por el impecable estado de las ruinas y del verde césped en el que están asentadas.
Subimos y bajamos, trepamos y descendemos escuchando las interesantes explicaciones de Ramiro, nuestro guía. A la pregunta de si se producen muchos accidentes entre los más de dos mil visitantes diarios –los escalones son altos y no hay barandilla alguna o medida de seguridad que impidan eventuales resbalones y caídas- me contesta en voz muy queda que dos o tres muertes al año, algunas de infarto por el esfuerzo y la altura y otras producto de desafortunados resbalones especialmente los días de lluvia.
Terminada la visita nos es servido en el Santuary Lodge (un hotel hiper caro que no vale lo cobra) un té y exquisito bufé –bocadillos, canapés, plum cakes, muffins, scones, tartaletas de piña, ensaladas de frutas, pastelillos de chocolate- sobre el que nos abalanzamos todos en el más puro estilo de crucero mediterráneo.
Mientras escribo estas líneas Clara –que por suerte hoy no se ha encontrado mal; yo he tenido mejor suerte que ella, tan solo un breve dolor de cabeza y una pasajera taquicardia al volver al hotel- ha salido como una loca, cámara en ristre, hacia el vagón del bar donde, al parecer, los pasajeros más desinhibidos están bailando al son de las maracas. Nos espera otra cena exquisita antes de volver a Cuzco. Están empezando a servirla pero Clara me insiste en que debo aclarar que me he perdido lo mejor de la excursión, el baile de todos los viajeros bastante borrachuzos a base de pisco sours.  
Prueba de que padre e hija alcanzaron el Machu Picchu.
En este momento se apagan las luces y llevan unos pastelillos con velas a alguien que celebra hoy su cumpleaños. Happy birthday to him!

Clara, lujosa pasajera.

lunes, 8 de octubre de 2012

Cuzco, ¿ciudad gay?

lunes 8 de octubre de 2012


Aviso: la cobertura en Cuzco es bastante deficiente por lo que escribiré menos y, por ahora, sin colgar fotos. Además Clara sigue con mal de altura y está un poquito nerviosa, con ganas de que acabe con el blog para colgarse de facebook.
Ayer, la cena en el Zigzag de Arequipa fue espectacular. El local era precioso, con una escalera de hierro en espiral que unía las dos plantas y que fue diseñada por el mismísimo Gustave Eiffel. El servicio, mejor que nunca. La cocina era de fusión alpeandina y con especialidad en las carnes a la piedra. Clara se atrevió con un filete de alpaca –ella que tan poco es de carne- y yo tomé el trío de carne: cordero, ternera y alpaca. De postre, una mousse de tres chocolates que rozaba el pecado: compacta, fuerte y suave, ¡sin igual!
Esta mañana –esta mañana… si parece que llevemos días aquí, tantas cosas hemos hecho- hemos madrugado –levantados a las cinco- para tomar el avión (de Taca, excelente compañía) a Cuzco. Al llegar, nadie nos esperaba en el aeropuerto como se había acordado. Solucionado el problema, un taxi nos ha llevado al hotel mientras caía una ligera lluvia que más tarde ha parado. El hotel, colgado de la montaña no muy lejos de la Plaza de Armas, tiene una vista más que fabulosa sobre la ciudad y es como un laberinto, con escaleras –interiores y exteriores- que suben y bajan. Nuestra habitación, rústica tiene un decidido encanto.
El título de la entrada de hoy hace referencia a la enorme bandera –aunque algo menor que la de Colón en Madrid- con el arco iris que ondea sobre el centro de la villa. No es que el gay power haya tomado el ayuntamiento sino que la bandera de la ciudad posee esos mismos colores. Parece que a los habitantes de Cuzco, muy conservadores ellos, no les gusta en exceso tal coincidencia.
Tras dejar una cantidad ingente de ropa en la lavandería, hemos iniciado el tour a pie recomendado en la Lonely Planet, no sin antes tomarnos sendos bocadillos –una hamburguesa, Clara, y un club sándwich, yo en el restaurante Papillon de la Plaza de Armas. La calidad de la comida, muy deficiente pero nuestra mesa se hallaba situada en un mirador de un segundo piso y la vista alimentaba. Para mayor regocijo, ha salido  de la Iglesia de la Compañía la procesión de Nuestra Señora del Rosario, en la que participaban diversos grupos de lo más variopinto: señoras burguesas de traje chaqueta y sombrero; damas de mediana edad con amplias faldas moradas, chales de flecos plateados y sombreros hongo; niños –y también un adulto- disfrazados de ¡gorilas!; adolescentes de minifaldas de oro;  hombres narigudos –a lo “Tintin y los Pícaros”- disfrazados de populares comparsas y con botellas ¿llenas? de cerveza en la mano; dominicos danzantes; jovencitas en minishorts de lentejuelas, y más.
La Catedral bien merece un comentario: además de un soberbio altar en plata, un óleo de La Última Cena en el que el cordero pascual ha sido sustituido por un cuy y el veneradísimo Cristo de los Temblores (muy parecido al nuestro de Lepanto), llama poderosamente la atención la naturalidad con la que en este magnífico templo se insertan elementos de lo más  cotidiano. Así en las bellísimas capillas laterales podemos ver varios contenedores de basura, la caja de cartón de un piano eléctrico Casio, un pequeño almacén de objetos de plata que iban desde una vetusta custodia del XVIII hasta unos jarrones contemporáneos,marcos en proceso de restauración y, como colofón, una pequeña enfermería, con camilla, biombo contra miradas indiscretas y un completo botiquín sobre una mesa en la mismísima nave junto a la puerta de salida.
La Iglesia de la Compañía, por supuesto, es un alarde de oro y columnas salomónicas. Unas viejas escaleras permiten subir (trepando) hasta el coro. Lástima que la prohibición de hacer fotos, incluso sin flash, no permita plasmar la perspectiva. Nota: Clara ha utilizado su móvil para hacer esa foto vetada.
El barrio de San Blas, al que se asciende por una calle prácticamente vertical –por la que circulan coches- requería una parada en el Starbucks que da a la Plaza de Armas para engullir sendos cafés y un muffin. Algunas tiendas elegantes y alejadas de la habitual oferta para turistas se hallan en casas coloniales de recoletos patios. De vuelta al hotel y antes de recoger la ropa ya lavada, seca (y un tanto arrugada) nos tomamos un zumo de fresa y un batido de chocolate para recuperar fuerzas. Bueno, esto ya parece el blog de El Comidista. ¡Hola Mikel!
Al caer la noche, las montañas circundantes se empiezan a cubrir de diminutos puntos de luz que crean un escenario de cuento de hadas. No sé dónde iremos a cenar. La solución, mañana. 

La habitación 11 del hostal Corihuasi.


domingo, 7 de octubre de 2012

A caballo por los alrededores

domingo 7 de octubre de 2012

Desayunar entre muros de piedra volcánica de los que cuelgan pinturas de vírgenes barrocas y de ángeles tocados con sombreros de plumas mientras el sol se cuela por las puertas de cristal que se abren a un patio encantador constituye un verdadero placer aunque el desayuno no pase de ser simplemente mediocre. Y creo que soy generoso.
La cena de ayer en el Chicha de Gastón Acurio no resultó tan gloriosa como era de esperar. El local está agradablemente decorado, el servicio es atento pero la lentitud en servir los platos fue bastante insoportable. Clara tomó rocoto relleno (como un chile típico de Arequipa) y yo el almendrado de camarones. Ambos exquisitos. Pero los soufflés de chocolate -que en realidad eran más bien unos coulants- nos parecieron corrientitos. Sin embargo, cenamos bien.
Hoy hemos decidido hacer un tour por los alrededores mediante un clásico bus de dos pisos. Bastante turismo local, como ese adolescente, dedicado a llenar obsesivamente crucigramas, que lucía un ligero bozo y unas uñas -limpias y cuidadas, eso sí- que harían la envidia de Barbra Streisand. Y todas ellas eran divinamente largas y no solo la del meñique como suele ser habitual.Otra de nuestras compañeras de viaje vestía un hábito parecido al de San  José (morado: aclaración para los jóvenes) aunque con el cinto blanco en lugar de amarillo. Este hábito lo habíamos ya visto en otras mujeres de Lima.
Nuestra guía, que se enfrentaba valientemente al calor -un calor que nos sigue sorprendiendo- con unos leggins de fibra negra y unas botas de media caña, era muy guapa pese al inhumano -Clara dixit- bigote que la emparentaba directamente con Frida Kahlo. 
Clara, que estaba a punto de ducharse, me interrumpe para mostrarme su escote casi en piel viva debido a la fiereza del sol. Su brazo izquierdo, situado más cerca del exterior, luce mucho más rojo que el derecho.No voy a colgar ninguna foto.
Una cosa que sorprende en Perú es que nadie fuma, nadie. Pero se vende tabaco. Tal vez la gente fuma en secreto, como avergonzada. Por cierto, en una calle de Lima, un chico que vio como Clara fumaba uno de esos petardillos que se confecciona ella misma le pidió por favor si le podía dar una hojita de papel de fumar. Quedó agradecidísimo cuando se la regaló.
Como se acerca la festividad de El Señor de Los Milagros (18 de octubre, en que empieza la temporada taurina) a todas horas se oyen explosiones de petardos.  
Prosigamos con la excursión; tras varias paradas de interés fotográfico -en una de las cuales degustamos un postre típico de la zona: el queso helado, un sorbete que tiene vainilla, papaya, canela y algún otro ingrediente pero que ¡carece de queso!- y una obligada visita a un outlet de prendas de lana andina en el  que había un mini zoológico con guanacos, vicuñas, llamas y dos clases de alpaca (que hubiera encantado a Hugo) nos llevaron a una cima turística: la Mansión del Fundador. Esta casa colonial que perteneció al fundador de Arequipa, don Garci Manuel de Carbajal y en la que se celebran bodas y banquetes contiene la colección de muebles y pinturas más feas que alguien pueda imaginar. Lo único bonito es su pequeña capilla con altar barroco en la que hoy se celebraba la misa dominical, en la que el sacerdote dictaba su sermón paseándose entre los feligreses en vez de hacerlo desde el púlpito.
La última atracción fue el paseo a caballo -yo nunca había montado pero no hubo problema alguno pues se sabían la ruta de memoria- alrededor del molino de Sabandía. No sé si todos los excursionistas pudieron observar una divertida anécdota equina. Alrededor de los caballos destinados al transporte de turistas jugaban múltiples potrillos. Uno de ellos, seguramente hambriento, se acercó a un caballo con intención de mamar. Desgraciadamente no se trataba de una yegua sino de un macho. Pero el potro siguió probando y acabó haciéndole tremenda felación al caballo. A este pareció gustarle y se dejó hacer, como disimulando.
De vuelta a la capital pudimos observar cómo en los áridos montes de color arena destacaban unos lemas pintados en blanco sobre las mismas piedras con menciones a "Café Valenzuela" o "La Nestlé lechera". Curiosa forma de publicidad.
En Lima pudimos por fin comer en Ary Quepay, el restaurante del que ayer se había ausentado el cocinero. Clara, chupe de camarones y yo filete de alpaca acompañado de un puré de patata excepcional y un especie de empedrado de verduras riquísimo. La alpaca, que había sido horneada con vino tinto, tenía un gusto sabrosísimo.  De postre, pastel de choclo. 

Volcán contra volcán: Chachani y Misti.

Jorge, caballero español.

Clara, gentil amazona.

sábado, 6 de octubre de 2012

Arequipa, no hay color

sábado 6 de octubre de 2012

Padre e hija en el monasteriode Santa Catalina, fotografiados por un amable turista.
Nuestra impresión de ayer, ante la belleza del centro histórico, continúa. El hotel, además, está en un lugar privilegiado. Desde el balcón de nuestra habitación se ve el volcán Chachani y la calle en la que se halla tiene una sucesión de bellísimas casas con patio, algunas de ellas convertidas en hoteles o restaurantes. En frente se encuentra el convento de Santa Catalina, patrimonio cultural de la humanidad y sin duda la principal atracción turística de Arequipa. Es como una pequeña ciudad, con sus calles y claustros. En sus celdas -algunas de ellas, auténticas suites- vivían antaño las monjas con sus criadas y esclavos (negros). Todas ellas tenían sus cocinas, con sus hornos, y salones en los que recibían a músicos y amistades (eso debía ser en las épocas de relajo pues se supone que era un convento de clausura). Las novicias debían proceder de familias adineradas dada la elevada cuantía de la obligatoria dote.
Lo más bonito del conjunto son los colores -azul, rojo, amarillo- con que están pintados los patios y los árboles y flores de sus claustros. Hay una musiquita ambiental, como de cánticos celestiales, de lo más apropiado. Las guías lugareñas lucen estrictos uniformes granates y elegantes pamelas de paja.
Tras una larga caminata hasta un restaurante recomendado, este no servía comidas porque el cocinero no se había presentado (?). Por suerte, hemos acabado comiendo en la terraza del Mixto's desde donde disfrutamos de la vista sobre el volcán Misti y las torres de la catedral mientras nos zampábamos un  cangrejo relleno camarones (yo) y un chaufa -arroz frito- también con camarones (Clara). A nuestro lado almorzaba un grupo de españoles. Han resultado ser  La Oreja de Van Gogh, que venían de Lima, actúan hoy aquí y el lunes en Cuzco. Por cierto, Leire está absolutamente colgada del móvil y no para de utilizar el Skipe y chatear.
Hemos visitado la catedral (bastante anodina aunque con un órgano espectacular) cuyo mayor interés el su pequeño museo, con magníficas joyas, custodias y objetos religiosos de plata. A continuación hemos paseado por el tejado, junto a las campanas, acompañados de un guía jovial y que hablaba a una velocidad espasmódica.
Completamos la tarde visitando las iglesias de la Compañía (de Jesús), con sus altares churriguerescos, Santo Domingo y San Agustín antes de volver al hotel un tanto cansados. En estos momentos, mientras en el televisor se suceden las imágenes de "Cuatro bodas y un funeral" -en v.o. subtitulada- hacemos boca para cenar en el Chi Cha (otro restaurante de Gastón Acurio) que me imagino será nuestra perdición. Clara, que por la mañana tuvo la idea de ponerse unas botas que no había utilizado desde su viaje a Costa Rica, relaja sus pies con unos calcetines cuya planta lleva un gel con vitamina E, aceite de jojoba, aceite de oliva y té verde que se compró en el aeropuerto de Ámsterdam.
Olvidaba decir que hace mucho calor -aunque en la sombra se esté muy fresco- y el sol quema que es un gusto. Estamos morenísimos.

viernes, 5 de octubre de 2012

No tan fea

viernes 5 de octubre de 2012



Debo matizar mi juicio. Hemos estado paseando por Miraflores y la ciudad aparece algo más bonita que ayer.  Sin duda influye en ello no los impersonales edificios sino la cantidad de bellos y extremadamente cuidados parques y jardines y la limpieza de sus anchas avenidas. Aunque cuando me llama la atención el estilo de un determinado café descubro, ante las risas apenas contenidas de Clara, que se trata de un Starbucks.
Ha llovido de madrugada y por ello tardamos algo más en sufrir el habitual bochorno. Nuestra primera visita es a las excavaciones de Huaca Pucllana, un centro ceremonial de adobe que data del siglo V. En una ciudad donde casi todos sus edificios han sido reconstruidos más de una vez, no deja de asombrar su supuesta antigüedad.
Luego hemos seguido hasta el mar, visitando Wayra, una tienda de artesanía ¡bonita!, y El Virrey, una muy agradable librería que alberga también una cafetería, lo que nos ha permitido hacer uso del baño sin arriesgarnos a utilizar uno de los que ponen a disposición del público (previo pago: 0,30 soles, urinario; 0,50 soles, papel) las numerosas playas (aparacamientos).
Al borde del océano, gris y melancólico, algo parecido al que se muestra en “Vértigo”, en el que un buen número de surfistas se enfrentan a las escasamente amenazadoras olas, admiramos uno de los hits turísticos de la localidad: El Parque del Amor. Bordeado de un banco de trencadís al más puro estilo Gaudí (cortesía de cerámicas Mercedes) en el que se reproducen versos de poetas como Alberti y nombres de parejas (heterosexuales), culmina en un pequeño anfiteatro presidido por una imponente estatua de bronce, obra del acreditado artista de reputación internacional señor Víctor Delfín, titulada El Beso en la que un hombre y una mujer, decentemente vestidos, se entregan a un efusivo abrazo. El monumento fue inaugurado por el alcalde de la villa el día de San Valentín de 1993.

Jorge en Manolo's, frente a su club sandwich de seis pisos. ¿Por qué está la foto donde no debe?
Escribo en el aeropuerto a la espera de la salida del vuelo que nos llevará a Arequipa junto a Clara, embebida en la lectura de “50 sombras de Grey”. Me pide, me suplica, que silencie el título de tan distinguida novela pero, por supuesto, no le hago caso. Yo también la leí -¿con la excusa de un editorial para Qué Leer?- este verano y comprendo su afán de discreción.
Tras atravesar un puente provisto de (espantosas) mamparas de plásticos antisuicidios pasamos por delante del Marriott, el hotel más caro de Lima, tomamos la avenida de Vasco Núñez de Balboa y, casi sin proponérnoslo, nos encontramos ante las puertas del Tanta, el restaurante de una línea más sencilla creada por Gastón Acurio.
Si la cena de ayer constituía una experiencia, en la estela de las popularizadas por Ferran Adrià, la comida de hoy ha sido simplemente una gozada sin límites. Hemos tenido, además, el acierto de llegar apenas pasadas las doce y media, con lo que la mesa elegida ha sido la mejor del restaurante. Cuando abandonamos el local, una larga cola de clientes esperaba pacientemente su turno, sentados algunos en el suelo, estudiando la carta prometedora de multiorgasmos gastronómicos mientras hilillos de saliva recorrían sus barbillas.
Como mi reciente hepatitis me impide aún probar el alcohol y mientras Clara se premia con un pisco sour,  opto por un delicioso Jugo Amazónico, compuesto por zumo de piña, carambola y camu camu. Seguimos sin escarmentar y olvidamos el tamaño gigantesco de las raciones peruanas. Tras compartir (con dificultad) unas maravillosas yuquitas  dos texturas, Clara opta por unos paradisíacos raviolis de asado (en su juguito de vino tinto, mostaza y parmesano) y yo por unos tallarines Huachano, como a la carbonara pero sustituyendo el bacon por una butifarra andina. Ella eligió mejor aunque yo la supero en los postres pues mi esfera de chocolate (con núcleo de coco y almendras) supera con creces su tarta de limón. Salimos hacia el aeropuerto con el estómago peligrosamente lleno. La nerviosa conducción del taxi no ayuda a aposentar nuestras digestiones.
Me agradaría añadir unas cuantas anotaciones referentes al viaje y estancia en Lima:
1-      Las aeromozas de KLM siguen llevando el mismo uniforme de los años 50. Su única muestra de puesta al día es que algunas de ellas llevan pantalones en lugar de falda tubo.
2-      “Escenas de un matrimonio” de Ingmar Bergman se publicita en un teatro de Lima como una ¡divertida comedia!
3-      Casi todas las casas unifamiliares de Miraflores están dotadas de rejas coronadas de agresivas puntas y de cercas por donde circula la corriente eléctrica.
4-      Bancos, restaurantes y comercios poseen un numeroso (y educadísimo) personal.
5-      Frente a los ruegos familiares de que no destacara por la eventual distinción de mi ropa, compruebo que he acertado al adoptar el dress code de los turistas europeos de medio pelo: forro polar, bambas y tejanos (el bolso de Prada me lo pongo del revés para ocultar la marca).     
A punto de embarcar para Arequipa, Clara sigue indignándose (en voz alta) de las incongruencias y tópicos de E.L. James. Yo estoy embebido en “La bibliotecaria de Auschwitz” de Toni Iturbe, una novela basada en hechos reales que consigue ser entretenida, emocionante e instructiva. No esperaba menos de él.
Ya estamos en Manolo’s, un restaurante de ambiente retro según la guía pero yo diría más bien setentero -y Clara lo califica de Twi
n Peaks a la peruana- donde yo he pedido un club sándwich y Clara, que  se está encontrando fatal por el mal de altura, un mate de coca.
Tras el impacto estético de Lima uno queda avasallado por la belleza de esta ciudad con sus patios maravillosos y sus elegantísimas tiendas aunque apenas hemos tenido tiempo de vislumbrarlas dado lo tarde que hemos llegado. Nuestro hotel, la Posada del Monasterio de San Agustín, es de mayor categoría (y precio) que el de Miraflores y tiene unas excelentes vistas sobre el convento de Santa Catalina. Hemos tenido un  pequeño contratiempo al intentar localizar nuestra posición en el mapa pues no acaba de coincidir el planito proporcionado por el hotel y el de la guía. Nerviosos, nos hemos sentado en un banco para descifrar el enigma. En realidad, el mapa que utilizaba Clara –mal de altura, je, je- era el de Cuzco.
Me acaban de traer un club sándwich. No tenía hambre. Pero su tamaño es (como comprobaréis por la foto) gigante. Me despido. Bed time, como  diría mi admirada Carmen Lomana.
      Clara, algo restablecida por la coca, me dice que me ayudará a comerme el bocadillo. 

jueves, 4 de octubre de 2012

Lima, la gris


4 de octubre de 2012

Yo diría más bien Lima, la espantosa porque esta ciudad es muy fea. Su único interés radica en un par de plazas –la de Armas y la de San Martín- con edificios más o menos reconstruidos aunque no desprovistos de empaque y varias iglesias cuyo principal valor son las imágenes y reliquias que albergan. Los cráneos de los santos peruanos Rosa de Lima y Martín de Porres, el primer negro que llegó a los altares en la de Santo Domingo; la milagrosa Cruz de Plata del padre Pedro Urraca en la Merced, donde la virgen de esta advocación tiene como un acomodo lateral con cortinajes encarnados y multitud de candelabros y flores más espectacular que una falla; las catacumbas, con sus calaveras y huesos a la vista, que se pueden contemplar a través de las rejas incrustadas en el suelo y las tres tallas de San Francisco, en la iglesia del mismo nombre; la tumba de Pizarro, con sus mosaicos italianos en la Catedral. Especial curiosidad ofrecen las múltiples imágenes del Niño Jesús, que bajo el título del Doctorcito reciben un sinfín de peticiones de favores.
Pudimos asistir al cambio de guardia frente al Palacio de Gobierno y al final de la misa solemne en la iglesia de San Francisco puesto que hoy se celebraba su fiesta. A las puertas del templo, campesinos ataviados con sus trajes populares bailaban una especie de sardana a ritmo andino. Al caer la tarde pudimos observar el rodaje de un concurso de televisión en la que una de las participantes tenía que reunir un cierto número de sostenes entregados por chicas voluntariosas que lo hacían al abrigo de una breve toalla mientras que un tumulto de jovencitos en celo las rodeaban abroncándolas.
Llaman la atención en la ciudad los parterres entre Miraflores y el centro con sus letras gigantes de hierba publicitando la universidad de los jesuitas o una marca de gasolina; los semáforos que, a través de una enervante cuenta atrás, te indican los segundos que te quedan para poder cruzar la calzada; los anuncios de “baño”  (por supuesto de pago) en aparcamientos o comercios; los empleados (uniformados) que ofrecen cambio de moneda por las calles; la estatua de la Madre Patria en la plaza San Martín que por un error de interpretación luce en su cabeza una corona con una llama (animal) cuando en realidad se encargó al artista unas llamas (de fuego), la señalización en iglesias y restaurantes de zonas seguras (en caso de sismos), y  la absoluta fealdad de absolutamente todas las tiendas.
Comimos en La Merced, cabe la iglesia homónima –como diría Lluís Permanyer- , pequeño restaurante de mesas compartidas con un techo artesonado realmente asombroso. Nos equivocamos al elegir los platos. Tras sendos chupes (sopas) de langostinos francamente geniales y más que generosos apenas pudimos dar cuenta de un arroz con marisco (Clara) y un filete empanado con arroz, frijoles, huevo duro, ensalada y cebolla (yo). Salimos arrastrándonos del local sin siquiera poder tomar postre.
En estos momentos en el que descanso en el hotel tras una visita extenuante al centro de artesanía india, en el que hemos comprado diversos regalos, Clara se ha ido a cortar el pelo pues dice que no soporta más que se le enrede. A la vista del aspecto de las peluquerías alrededor del hotel, me temo lo peor.
La cocina peruana está en pleno auge. Se multiplican las escuelas de cocina y hostelería. El gran chef Gastón Acurio acaba de inaugurar restaurante en Barcelona. Hace muchos días que desde allí reservamos mesa en su afamado Astrid & Gastón que casualmente se halla a una manzana de donde nos alejamos.
Clara ha vuelto de la pelu y he de reconocer que le han cortado el pelo muy bien como podéis comprobar en la foto que le hecho en Astrid & Gastón. Aquí hemos disfrutado de un auténtico festín. Tras unas bebidas –piscosour para Clara y agua para mí (ay mi hepatitis)- y unos bocaditos gentileza de la casa, una muestra tan exquisita de panes que casi nos quita el apetito. Hemos compartido tres clases de ceviches antes de pasar, Clara, a un pollo cholo y yo a un cuy –pequeño roedor de afilados dientes- crocante con las papas al sol. No hemos podido tomar postre aunque sí infusión de mate y menta y café,  acompañados de la cajita feliz (preciosa cajonera con trufas, frutas confitadas y mini macarons). El único lunar, la infusión que, debido a la escasa cantidad de hojas de menta, más bien parecía aguachirle.   
Clara, recién salida de la pelu, en el Astrid & Gastón

miércoles, 3 de octubre de 2012

El viaje

Hostal El Patio de Lima.
Clara descansando bajo el árbol del Bien y del Mal.

3 de octubre de 2012



Medio dormidos aún en la terminal 1, observamos cómo una mujer destroza a golpes de martillo las ruedecillas de su maleta. Su cara expresa rabia y desolación. La han obligado a reducir el tamaño de su equipaje de mano si quería llevarlo consigo en cabina. A nuestro lado, una chica con el mismo modelo de valija entra en el avión sin problema alguno.

Gritos desgarradores; un niño de unos cinco años no para de chillar: “Papá, yo no quiero volar”, “Me dan miedo las alturas”, “Quiero volver a casa”. Su padre intenta calmarlo sin éxito. Mira azorado a su alrededor pero la gente, pese al madrugón, está de buen rollo y observa a ambos con simpatía. En el interior de la nave siguen los berridos desconsolados. Qué trauma debe haber sufrido el chaval para ponerse así.

El aeropuerto de Ámsterdam es funcional aunque bastante feo y tiene unas tiendas un tanto cutrecillas –en una de las cuales me compro un Swatch de plástico negro para el viaje- pero ofrece muchas facilidades para el descanso. Cómodas tumbonas frente a un ventanal desde el que se puede contemplar la salida de los aviones; sacos de arena y mullidas moquetas con troncos de caucho bajo árboles artificiales en los que se oye gorjear a los pájaros (mecánicos) para echarse una siesta; más de un smoking room para los adictos al tabaco; un centro de meditación multiconfesional atendido por tres clérigos –y veintidós personas más- para la atención religiosa y psicológica del viajero; un hotel con cabinas individuales, dobles (con opción queen size bed) y familiares de inspiración japonesa. Además hay un casino, una galería con reproducciones de algunos cuadros del Rijks Museum, varios servicios de masaje en cuello, cuerpo o pies, un piano que cualquiera puede tocar, diversas chimeneas con fuego falso (en vídeo), un bosque infantil y hasta una biblioteca.

Recomiendo KLM. Más espacio del habitual para las piernas, excelente comida y posibilidad de pasear picando galletas, helados y bebidas.

Rapidísimo el paso de emigración en el aeropuerto de Lima y un taxi esperándonos a la salida. Suerte que se trataba de un vehículo garantizado por el hotel porque los atajos que ha cogido por lóbregas callejuelas nos ha hecho por un momento temer lo peor. El Hostal El Patio, sencillito pero agradable.

martes, 2 de octubre de 2012

La víspera

2 de octubre de 2012

Son las ocho y media de la noche y acabo de hacer las maletas. Clara está a punto de llegar a casa. Tomaré una cena ligera e intentaremos dormir. No va a ser fácil sabiendo que nos tendremos que levantar a las tres y media de la madrugada.
Mañana salimos para Lima, vía Amsterdam. 
Nos espera Arequipa, Cuzco y ¡el Machu Picchu! Me siento como Tintín yendo al Templo del Sol. No creo que tengamos un eclipse.