lunes, 16 de septiembre de 2013

Punto y final

Hoy ha sido nuestro último día en Marrakech. Mañana, después de desayunar, nos vendrá a buscar el taxi para llevarnos al aeropuerto.Y vuelta a la normalidad.
Hemos dedicado la jornada a las últimas compras, a comer relajadamente en el Grand Café de la Poste -recreación del ambiente colonial de los años 20, elegantísimo, comida excelente y lleno de gente guapa-, ahora propiedad (en parte) de Tom Hanks, a tomar unos tés a la menta en una terraza sobre la plaza Djemaa El-Fna (algo más atractiva al atardecer) y proveernos de cruasanes y dulces en la Pâtisserie de Princes, famosa pastelería cercana a la plaza, para tomar en el hotel mientras hacemos las maletas.
Dicho lo cual, pasemos a resumir lo principal de nuestra experiencia marroquí.

Lo mejor de Marrakech: Sin duda, el Riad Malika donde nos alojamos por la atención del personal, la calidad de la cocina y su fantástica decoración que combina el ambiente marroquí con una colección de muebles años 50 y 60 sofisticadísima.
Lo más decepcionante: La plaza Djernaa El-Fna, que por mucho Patrimonio Mundial de la Humanidad según la Unesco que sea, el fea y tirando a cutre. Los monos (desnudos, en pañales o vestidos de manolas), las serpientes (dormidas) y los músicos y equilibristas no tienen el menor interés; sí lo tiene, en cambio, las paradas de comida que se montan cada noche, llenas de color local.
Lo más elegante: Los jardines Majorelle y su museo de Arte Islámico; el Grand Café de la Poste.
Los bocados más sabrosos: Los desayunos del riad; el cuscús del riad; los dieciocho entrantes del restaurante Dar Moha; las sardinas con tomate del Grand Café de la Poste.
La mejor relación calidad/precio en un restaurante: La del Café Berbère.
Lo más pintoresco: Los cuadros sobre madera del pintor local Temhal M'Bark, un hombre, además, encantador.
Lo más pesado: Los vendedores (que te tocan el hombro, algo que molesta especialmente a Clara) adivinando que eres español -pareces marroquí, me decían, o sea que eres español- y te hacen bromitas y los chicos que se empeñan en dirigirte hacia la plaza.
El peor recuerdo: El tanga del hammam.
Clara prefiere este traje de baño al tanga.

Un cuadro del pintor Temhal M´Bark

La gente es encantadora por lo general; lo malo es que si miras a cualquier vendedor, taxista o camarero es muy difícil sacártelo ya de encima por lo que es mejor (aunque que quede un poco borde) evitar el contacto visual.
Siempre vas a pagar demasiado por lo que compras; cuando crees que has regateado bien, al momento (y cuando ya es demasiado tarde) ves lo mismo en la tienda de al lado y mucho más barato. Solo si compras muchas cosas y has comprobado bien el precio en otros lugares tienes fuerza para triunfar en el regateo. Además te ven venir y adivinan al instante si es tu primer día de estancia.
Conviene ir provisto de papel o kleenex para los lavabos públicos porque a veces escasea o simplemente no hay. Curiosamente, algunos están impecables como los de las Tumbas Saadíes y otros son una auténtica porquería como las letrinas del zoco.
En resumen, la visita vale la pena. Y tres días completos es un buen plazo para conocer lo más interesante de Marrakech. Es aconsejable alojarse en un riad, cambiar el dinero en Marruecos (que es más favorable que en España) y comprobar el precio de las cosas antes de lanzarse a comprar nada: eso de que hay que comprar lo que te gusta ya porque no volverás a encontrarlo en otro sitio no existe en Marrakech excepto en las tiendas de auténticas antigúedades de Dar El-Bacha o en alguna galería de la rue de la Liberté en la Ville Nouvelle.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Después del buen tiempo, la lluvia

Ante todo,una rectificación: Ayer me pasé el blog alabando la belleza de los jardines Marjorelle cuando tenía que haber escrito Majorelle. Ahora me doy cuenta de que siempre digo 'marjorette' en lugar del correcto 'majorette'.

Otra de las cosas buenas de este riad -es que no tiene ninguna mala excepto, tal vez, el relleno de las almohadas, que es como de Dunlopillo, que cuando levantas la cabeza te acompaña en lugar de quedar hueca- es que cada mañana el desayuno es diferente. Las pastas, que supongo home made, son exquisitas y el queso de cabra y el aceite de oliva no pueden ser mejores. El de hoy ha vuelto a ser exquisito.
Pensábamos dedicarnos hoy a la parte sur de la ciudad, echando vistas a lo que queríamos adquirir para mañana hacer efectivas las compras y quedarnos allí hasta tarde para ver la plaza Djemaa El-Fna de noche. Pero hacía mucho calor, estábamos cansados y hemos decidido volver al hotel a refrescarnos y dejar el plan nocturno para mañana. Una sabia decisión porque en este momento está diluviando y nos habría cogido de pleno la tormenta.
Hemos visitado los jardines de la Koutoubia (que están bien pero quedan eclipsados por el recuerdo de los Majorelle), las tumbas saadíes, la kasbah -entrando en la tienda/taller de un pintor naif ideal al que hemos encargado algunos cuadros-, el palacio de la Bahia y el palacio/museo de Dar Si Said, con su aire abandonado y decadente que muestra joyas y vestidos similares al del museo berebere de Saint Laurent pero llenos de polvo y apenas iluminados.
En vista de lo bien que comimos anteayer, hemos vuelto al Café Berbère y hemos comido, otra vez, de maravilla.
De vuelta al hotel no queríamos pasar por los zocos para no agobiarnos pero finalmente hemos sucumbido a la tentación y lo hemos hecho, aprovechando para comprar un cargamento de babuchas por el que Clara ha regateado de forma brutal.
Un baño en la pequeña piscina nos ha ido de miedo para relajarnos.
Ahora ha cesado de llover y nos disponemos a ir a cenar.
Acabamos de llegar de cenar y, por suerte, la lluvia no nos ha pillado. En vista del tiempo hemos optado por el restaurante Bacha del lujoso Palais Donab muy cerca de nuestro riad.. La comida no ha sido nada del otro jueves -bien los penne a la arrabbiata y flojito mi risotto- pero el ambiente, espléndido. Un comedor presidido por una enorme chimenea, cristales de colores en las ventanas y farolas, artesanado bellísimo y cuadros orientalistas à la Fortuny. Un disfrute.
Clara, avasallada por la magnificencia del desayuno.

La foto indispensable junto al mausoleo de la madre del sultán Ahmed al-Mansour ed-Dahbi.

sábado, 14 de septiembre de 2013

De muros para adentro

Está claro que Marrakech es una ciudad que no cuida las apariencias externas. Los riads, palacios, hammans o restaurantes se ocultan tras fachadas anodinas y puertas herméticas que no dejan adivinar la lujuriosa vegetación de sus jardines interiores o el bello frescor de sus patios. Nuestro riad, por ejemplo, que posee dos patios interiores -uno ajardinado, donde se come, y otro con la piscina- tiene su entrada en un estrechísimo callejón que parece sacado de las aventuras de Tintin y su puerta de cuarterones ni siquiera posee una mirilla.
Hoy hemos visitado la 'ville nouvelle' situada fuera de la medina. Primero hemos ido a los imprescindibles jardines Majorelle que Yves Saint Laurent adquirió y rehabilitó para luego regalarlos a la ciudad. Antes de entrar en ellos echamos una ojeada a la tienda más bonita de Marrakech situada en la misma calle. Moderna y tradicional, tiene ropa de hombre, mujer y niños además de objetos de decoración y para el hogar. No hay nada feo en ella y es un placer curiosear en sus dos plantas.
Los jardines Majorelle son un delirio de belleza. Plantas tropicales entre puentes, kioscos y maceteros pintados de amarillo, naranja o azul Klein (antes cobalto), que ellos denominan azul Marjorelle, y un elegante memorial dedicado al modisto cuyas cenizas fueron esparcidas en ese jardín.
Además hay un pequeño pero exquisito museo dedicado al arte bereber -que incluye la colección  particular de Saint Laurent sobre el mismo- que contiene una sala mágica -parece enorme gracias a una serie de espejos y al techo que simula un cielo estrellado cuando en realidad es bastante pequeña- con tocados y joyas de mujeres bereberes.Posee también una selecta librería y, ya en el exterior, una sofisticada boutique con ropa, bolsos y objetos marroquíes pasados por el tamiz del diseño y la elegancia parisina. Es la belleza llevada a la quintaesencia.
Tras recorrer una polvorienta avenida -Marrakech es, sobre todo, polvo y color tierra rojiza- hemos comido en un restaurante francés (para descansar un poco de aromas marroquíes) llamado L'Annexe, también con entrada vulgar pero sofisticado en su interior, donde me he zampado un exquisito tartare, cortado a cuchillo como es debido. Más tarde, recorrido por la supuesta calle de comercios elegantes (tan solo cuatro a destacar) y parada en un café/biblioteca con wifi donde se supone se reúne lo más granado de la clase literaria local. En esos momentos, sin embargo, tan solo lo frecuentaban un grupito de turistas y una pareja de chicas haciendo sus deberes.
Finalmente hemos visitado la parte como más limpia y juvenil de Marrakech -Zara, Stradivarius, Blanco y Mac Donald's entre los principales comercios- y vuelta al hotel bordeando las murallas de la medina antes de pasar por el hammam donde habíamos reservado hora.
Mi intención era visitar unos baños populares pero Clara, tras sacar la cabeza en uno de los recomendados por Lonely Planet, se negó en rotundo. Decidimos, pues, una versión más sofisticada en L' Héritage. Muy bien decorados y atendidos, pasamos a la sesión de 'gommage' correspondiente. Yo había preguntado, por la mañana, si era necesario traer un bañador o similar y me dijeron que no me preocupase que ellos nos lo darían todo. Craso error el hacerles caso. Me han dado un indescriptible tanga de papel (desechable) tan exiguo que todo desbordaba por todas partes y así vestido me he visto sometido a un enérgico lavado con jabón negro y exfoliado con guante de crin por parte de una rotunda dómina/ masajista. Me imagino que para que no hubiera equívocos en el sentido de que el 'gommage' pudiera parecerse a un masaje demasiado complaciente, la señora utilizaba una energía casi brutal en raspar mi cuerpo para suprimir de él cualquier atisbo de piel muerta. Bueno, una experiencia casi de sadomaso que apenas me hacía olvidar la vergüenza de aparecer vestido (?) de esa guisa ante una señora.
Tras el exfoliado, la calma, tomando un té a la menta con galletas echados en una sala confortable.
Hemos cenado en el riad. No soy muy de cuscús pero el que nos han servido esta noche es el mejor que he tomado en mi vida. A la vez aromático, refrescante, dulce y picante. Una auténtica maravilla que hemos acompañado de un rosado marroquí y que ha culminado un exquisito flan. Mañana será otro día.
Bedtime, que diría Carmen Lomana.
Clara en los Jardines Majorelle.

Esto sí que es colorido. Jardines Majorelle.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Paseando por los zocos

Acabamos de llegar de cenar. Ha sido una comida pantagruélica, en Dar Moha, el mejor restaurante de Marrakech. Situado en un riad que en su día fue propiedad del modisto Pierre Balmain, tiene un jardín de ensueño, con los muros pintados de azul Klein, una vegetación lujuriosa, músicos y cantantes, atentísimos camareros, mesas iluminadas por velas y al borde de una piscina/estanque de agua cristalina que deja ver el fondo de colorido mosaico -no exagero e intento no cursilear- nos han servido unos entremeses compuestos por quince platillos fríos y calientes (en realidad han sido dieciocho) - desde cebollas rosas con pasas y pepino al tomillo a cigarros de berenjenas con almendras y miel y cojinetes de gambas- para pasar a una serpentina de verduras (Clara) y una 'pastilla' de paloma a la canela (yo) y finalizar con medio gallito (Clara) y un tajín de pescado (yo) acompañados de sendos cuscús de siete verduras y de sémola de trigo duro. De postre he tomado ensalada de naranja a la flor de azahar y Clara un helado de limón con sorbete de ciruela. El precio ha estado acorde con la cantidad y la calidad.Prometemos moderarnos a partir de mañana y atenernos a un estricto presupuesto.
Me olvidé de decir ayer que en nuestro riad, que tiene hasta el detalle de acompañar las tumbonas de sombreros de paja para sus clientes hace las clásicas advertencias sobre horas de check in y check out o prohibición de bebidas alcohólicas y termina con una un tanto peculiar: advierte que la pederastia es un grave delito en Marruecos que puede traer funestas consecuencias a quienes la practiquen.
Tras desayunar nos hemos dirigido a la famosa plaza Djemaa El-Fna a través de los aglomerados zocos (y eso que hoy, viernes, era festivo y se suponía había menos actividad comercial) en los que los precios oscilaban de forma enloquecida y a tenor del indispensable regateo.
La plaza en sí es bastante sucia y sus serpientes monos y equilibristas no resultan especialmente atractivos. Al menos de día.
Hemos comido muy bien y barato en el Café Berbère cercano a la plaza para después tomar en el Café del Gran Balcon de esta un té a la menta y un cremoso capuchino. Más zocos, paseo por la encantador plaza de las Especies y visita a la bellísima Madraza de Alí Ben Youssef y el Museo de Marrakech, pobre de contenido pero mágico de ambiente y espacio interior.  
Mañana visitaremos la Ville Nouvelle.

Clara sesteando en el riad con el sombrero de paja.
¿Un guerrero tuareg? No: Jorge engañado por un vendedor del zoco.

Clara dispuesta a comer en el Café Berbère.

En la medina

Bueno, pues ya estamos en Marrakech.
El viaje, como es habitual, empezó accidentado. Nada más pasar el control de pasaportes, Clara se da cuenta de que ha perdido su reloj. ¿Lo habrá dejado en la bandeja donde se depositan todos los objetos personales para pasar por el escáner? Si es así, de eso hace rato pues estuvimos entreteniéndonos en las tiendas del aeropuerto antes de ir al control. Para colmo, el policía del puesto es un chuloputas que seguro no la deja volver atrás. Por suerte,  otro poli lo hace y Clara ¡consigue recuperar su reloj!
El vuelo, bueno aunque apretados como es habitual en Vueling. A mi lado, un tío con aspecto compulsivo que no hace más que dibujar (no muy bien) muebles y objetos de decoración en un cuadernillo. Pero no da más molestia.
Al llegar a Marrakech, colas interminables para los pasaportes y mi maleta, tirada en un rincón.
Un estudiante muy simpático que trabaja como taxista en vacaciones y fines de semanas nos está esperando para llevarnos al hotel. Ante nuestra sorpresa, deja el coche en una esquina y seguimos a pie por un dédalo de callejuelas que nos sumergen en la atmósfera de una película colonial de los años 30.
El riad Malika -una recomendación de Mikel Iturriaga- tiene una decena de habitaciones y está estructurado en torno a dos patios, en uno de los cuales hay una diminuta piscina. Su decoración es marroquí pero con una colección de muebles vintage años 40 y 50 de lo más pintoresco. Entre los libros que componen la minibiblioteca de nuestra habitación está 'Stupeur et tremblements' de Amélie Nothomb.
En estos momentos acabamos de desayunar -novatada: no cambiamos la hora y nos hemos levantado una hora antes de lo previsto- de forma exquisita. En el aire flota un cierto perfume a incienso.
Clara rellenando la ficha de ingreso en recepción.

Nuestra habitación, la 9, en el Riad Malika.

Clara, muy satisfecha, en la habitación. Atención al televisor.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Cabalgamos de nuevo

Después de la grata experiencia -olvidemos, por favor, el horrible epígono en Port Aventura, que todavía me asalta en mis frecuentes pesadillas nocturnas- que fue nuestro viaje a Perú, Clara y yo decidimos este año marchar a Marrakech para coger fuerzas y energía ante el nuevo curso. Mi hija llegó anoche de Praga, por lo que supongo necesitará la ayuda de siestas en la piscina y masajes en el hammam para recuperarse de tanto Niño Jesús y cementerio judío en la capital checa.
Solo falta recoger los dírhams, hacer la maleta y encargar el taxi antes de comer y contemplar, entre sueño y sueño, los respectivos capítulos de 'La Riera' y 'Amar es para siempre', series de las que me confieso compulsivamente adicto.
Esta noche estaremos ya en el exótico escenario de "El hombre que sabía demasiado".