Hemos dedicado la jornada a las últimas compras, a comer relajadamente en el Grand Café de la Poste -recreación del ambiente colonial de los años 20, elegantísimo, comida excelente y lleno de gente guapa-, ahora propiedad (en parte) de Tom Hanks, a tomar unos tés a la menta en una terraza sobre la plaza Djemaa El-Fna (algo más atractiva al atardecer) y proveernos de cruasanes y dulces en la Pâtisserie de Princes, famosa pastelería cercana a la plaza, para tomar en el hotel mientras hacemos las maletas.
Dicho lo cual, pasemos a resumir lo principal de nuestra experiencia marroquí.
Lo mejor de Marrakech: Sin duda, el Riad Malika donde nos alojamos por la atención del personal, la calidad de la cocina y su fantástica decoración que combina el ambiente marroquí con una colección de muebles años 50 y 60 sofisticadísima.
Lo más decepcionante: La plaza Djernaa El-Fna, que por mucho Patrimonio Mundial de la Humanidad según la Unesco que sea, el fea y tirando a cutre. Los monos (desnudos, en pañales o vestidos de manolas), las serpientes (dormidas) y los músicos y equilibristas no tienen el menor interés; sí lo tiene, en cambio, las paradas de comida que se montan cada noche, llenas de color local.
Lo más elegante: Los jardines Majorelle y su museo de Arte Islámico; el Grand Café de la Poste.
Los bocados más sabrosos: Los desayunos del riad; el cuscús del riad; los dieciocho entrantes del restaurante Dar Moha; las sardinas con tomate del Grand Café de la Poste.
La mejor relación calidad/precio en un restaurante: La del Café Berbère.
Lo más pintoresco: Los cuadros sobre madera del pintor local Temhal M'Bark, un hombre, además, encantador.
Lo más pesado: Los vendedores (que te tocan el hombro, algo que molesta especialmente a Clara) adivinando que eres español -pareces marroquí, me decían, o sea que eres español- y te hacen bromitas y los chicos que se empeñan en dirigirte hacia la plaza.
El peor recuerdo: El tanga del hammam.
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Clara prefiere este traje de baño al tanga. |
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Un cuadro del pintor Temhal M´Bark |
La gente es encantadora por lo general; lo malo es que si miras a cualquier vendedor, taxista o camarero es muy difícil sacártelo ya de encima por lo que es mejor (aunque que quede un poco borde) evitar el contacto visual.
Siempre vas a pagar demasiado por lo que compras; cuando crees que has regateado bien, al momento (y cuando ya es demasiado tarde) ves lo mismo en la tienda de al lado y mucho más barato. Solo si compras muchas cosas y has comprobado bien el precio en otros lugares tienes fuerza para triunfar en el regateo. Además te ven venir y adivinan al instante si es tu primer día de estancia.
Conviene ir provisto de papel o kleenex para los lavabos públicos porque a veces escasea o simplemente no hay. Curiosamente, algunos están impecables como los de las Tumbas Saadíes y otros son una auténtica porquería como las letrinas del zoco.
En resumen, la visita vale la pena. Y tres días completos es un buen plazo para conocer lo más interesante de Marrakech. Es aconsejable alojarse en un riad, cambiar el dinero en Marruecos (que es más favorable que en España) y comprobar el precio de las cosas antes de lanzarse a comprar nada: eso de que hay que comprar lo que te gusta ya porque no volverás a encontrarlo en otro sitio no existe en Marrakech excepto en las tiendas de auténticas antigúedades de Dar El-Bacha o en alguna galería de la rue de la Liberté en la Ville Nouvelle.